Los engaños de Satanás
Los engaños de Satanás
Satanás comenzó con sus engaños en el Edén. Dijo a Eva: “No moriréis”. Esa fue su primera lección acerca de la inmortalidad del alma, y ha continuado difundiendo ese engaño desde entonces hasta hoy, y seguirá haciéndolo hasta que termine el cautiverio de los hijos de Dios. Se me señaló a Adán y Eva en el Edén. Comieron del árbol prohibido, y entonces la espada de fuego fue puesta en torno del árbol de la vida, y fueron expulsados del huerto para que no comieran de ese árbol y llegaran a ser pecadores inmortales. Ese fruto debía perpetuar la inmortalidad.
Oí que un ángel preguntaba: “¿Qué miembro de la familia de Adán ha pasado a través de la espada de fuego y ha comido del árbol de la vida?” Oí que otro ángel contestaba: “Ni uno solo de los miembros de la familia de Adán ha pasado a través de esa espada de fuego ni ha comido del fruto de aquel árbol; por lo tanto no hay un solo pecador inmortal”. El alma que pecare, morirá de muerte eterna, una muerte en la cual no hay esperanza de resurrección; y entonces la ira de Dios se apaciguará.
Me asombraba que Satanás pudiera tener tanto éxito e hiciese creer a los hombres que las palabras de Dios que dicen: “El alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:4), significan que el alma que pecare no morirá, sino que vivirá eternamente sometida a tormentos. Dijo el ángel: “La vida es vida, ya sea que se la viva en medio del dolor o de la felicidad. En la muerte no hay dolor, ni gozo ni odio”. Satanás ordenó a sus ángeles que hicieran un esfuerzo especial para difundir la mentira que fue dicha por primera vez a Eva en el Edén: “No moriréis”.
Y como la gente aceptó ese error, y fue inducida a creer que el hombre es inmortal, Satanás le hizo creer además que el pecador habría de vivir sometido a tormentos eternos. Entonces quedó preparado el camino para que el enemigo obrara por medio de sus representantes y presentase a Dios ante la gente como un tirano vengativo, que sumerge en el infierno a todos los que no le agradan, y les hace sentir eternamente su ira; y que mientras sufren indecible angustia y se retuercen en medio de las llamas eternas, los mira con satisfacción.
Satanás sabía que si se aceptaba ese error, muchos odiarían a Dios en vez de amarlo y adorarlo, y que muchos serían inducidos a creer que las amonestaciones de la Palabra de Dios no se cumplirían literalmente, porque sería contrario a su carácter bondadoso y amante arrojar al tormento eterno a los seres que creó. Otra idea extremista que Satanás ha logrado que la gente adopte es la de pasar por alto totalmente la justicia de Dios y las advertencias de su Palabra, para presentarlo lleno de misericordia, de manera que finalmente nadie perezca, sino que todos, santos y pecadores, se salven en su reino.
Como consecuencia de los errores populares acerca de la inmortalidad del alma y el infierno eterno, Satanás se aprovecha de otra clase de gente y la induce a creer que la Biblia no es un libro inspirado. Creen que enseña muchas cosas buenas; pero no pueden confiar en ella ni amarla, porque se les ha enseñado que presenta la doctrina del tormento eterno. A otra clase de gente Satanás la lleva aún más lejos: a negar la existencia de Dios.
Les parece que no hay compatibilidad entre el carácter del Dios de la Biblia y el hecho de que inflija horribles torturas por toda la eternidad a una porción de la familia humana. Por lo tanto rechazan la Biblia y a su Autor, y consideran que la muerte es un sueño eterno.
Hay todavía otra clase de seres humanos temerosa y tímida. Satanás los induce a cometer pecados, y después insiste en que la paga del pecado no es muerte, sino vida en medio de horribles tormentos que tendrán que soportar por los siglos sin fin de la eternidad. Al magnificar así ante sus débiles inteligencias los horrores de un infierno inacabable, se posesiona de sus mentes y entonces pierden la razón
. A continuación el enemigo y sus ángeles se regocijan, y el incrédulo y el ateo se unen para cubrir de oprobio al cristianismo. Sostienen que esos males son resultados lógicos de creer en la Biblia y en su Autor, cuando son la consecuencia de aceptar errores populares.
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